La guerra de Ucrania, la mayor batalla de drones de la historia – El Mundo

“¡1, 2, 3, 4 y 5! ¡Vamos!”. Tras el grito de Nikolai Gavrilyuk, el “bombardero” – así le denomina – comenzó a elevarse en las inmediaciones del cementerio dirigiéndose hacia los confines de un terreno agrícola.
“Podemos marcar la trayectoria con el GPS y entonces vuela en automático. Pero si estamos en el frente y los rusos intentan interceptarlo con medidas electrónicas, tenemos que manejarlos siempre de forma manual”, explicó uno de los ayudantes de Gavrilyuk.
El aparato iba equipado en esta ocasión con 4 botellas de plástico pintadas de rosa, rellenas de líquido para emular los 6 kilos que pesa la munición que debería lanzar en plena batalla. Al regresar, el operario apretó un botón y los recipientes cayeron uno tras otro sobre el terreno.
“Eso se llama ‘fuego de supresión’. Podemos lanzar hasta 15 bombas, una tras otra, y destruir todo lo que se encuentra en una franja de 60 metros”, contó Gavrilyuk recurriendo a la terminología que se usa en el frente bélico.
El joven se enroló en el ejército el primer día de la invasión rusa y terminó sirviendo en un tanque en Donbás. Allí comprendió la importancia de los aviones no tripulados (conocidos por las siglas UAV). Hace seis meses, el ucraniano estableció la compañía ‘Sparrow’ (Gorrión) en la ciudad de Zhytomyr, al oeste de Kiev. El nombre le permitió aludir al conocido filme Piratas del Caribe y por eso él mismo se adjudicó el apodo de Jack Sparrow – el personaje que interpreta Johnny Depp -, que lleva estampado en la camiseta.
La quincena de ingenieros y otro tipo de especialistas que trabajan en las oficinas de la firma se dividen entre una habitación repleta de ordenadores y un precario taller donde ensamblan los aparatos, y los prueban con réplicas de explosivos y minas antitanque.
El pasado mes de febrero, Nikolai – que todavía sigue sirviendo en el ejército – regresó al frente en Donbás para ayudar con sus drones a una unidad militar y constató en persona el giro que se había registrado en el escenario bélico. La ventaja que tuvieron los ucranianos al inicio del conflicto al adelantarse a los rusos en el despliegue masivo de este tipo de aeronaves se había desvanecido.
“Ese día nosotros les lanzamos 5 drones y ellos respondieron con 15”, reconoce.
“Los rusos no tienen un ejército tan malo como hemos dicho. Estamos asistiendo a lo que pasó en la Segunda Guerra Mundial (cuando la Unión Soviética compensó las derrotas iniciales con las resemesas interminables de material que generaba su industria militar). Han empezado a producir en masa todo tipo de armas, incluidos drones. Estamos ante una bandera roja”, puntualiza el experto con total honestidad.
“Sparrow” forma parte del denominado proyecto “Ejército de Drones” que inició el ministerio de Transformación Digital liderado por Mykhailo Fedorov en julio del año pasado, que pretende acelerar la producción de UAV combinando dos elementos que abundan en la sociedad ucraniana: la inventiva y la solidaridad en forma de donaciones pública.
El proyecto ha permitido formar a más de 10.000 pilotos en una red de 26 “colegios” especializados y establecer “cerca de 200” firmas como Sparrow – según la estimación de Antonina Romaniuk, una portavoz de “Ejército de Drones” – dedicadas a la producción de miles de este tipo de aparatos en todas sus modalidades: desde los pequeños, dedicados al reconocimiento, a los “kamikazes”, los “bombarderos” o los de largo alcance.
Ucrania se adelantó a los rusos a la hora de comprender la importancia estratégica que han adquirido dichos artilugios en esta era. El coste medio de un “kamikaze” no excede los 500 euros y sin embargo puede causar daños a tanques, piezas de artillería o instalaciones militares que cuestan millones.
Sin embargo, Rusia ha reaccionado y se ha embarcado en un ambicioso plan para fabricar de forma masiva estas aeronaves, incluidos los temidos “Shahid” iraníes que ahora se confeccionan en su territorio y los Lancet, que han demostrado su eficacia durante la última contraofensiva ucraniana.
La política del Kremlin registró un significativo cambio en la primavera pasada cuando el presidente Vladimir Putin exigió públicamente que se aumentara la fabricación de UAV. Moscú anunció que dedicaría 1.000 millones de dólares a la compra de estos aparatos entre 2024 y 2026, y que duplicaría esa cifra para 2030.
“Los rusos han aprendido y han incrementado sustancialmente el uso de drones. No sólo en cantidad sino en calidad. El Lancet nos está haciendo mucho daño”, observa el viceministro de Transformación Digital, Oleksander Bornyakov.
El representante gubernamental recibe al periodista en un entorno de edificios de última generación, plagados de máquinas que despachan comida vegana, y zonas ajardinadas donde los empleados asisten a sesiones de yoga, juegan al ping-pong o teclean sus ordenadores sentados en puff rosas y amarillos. Un espacio que podría encarnar la pugna que libra Ucrania para desembarazarse del legado soviético, representado por las vetustas factorías abandonadas que rodean al enclave.
Bornyakov forma parte de ese grupo de jóvenes que como Gavrilyuk o el citado Mykhailo Fedorov, intentan contrarrestar con imaginación la superioridad en términos numéricos de la maquinaria militar enemiga.
“Incluso si el número de bajas es de 10 soldados rusos por uno ucraniano, a largo plazo seguiríamos quedándonos sin combatientes. Su población es mucho mayor (supera en 100 millones de habitantes a la ucraniana). La única manera de sobrevivir es recurrir a los drones”, precisa Bornyakov.
Formado en Canadá y EEUU, Bornyakov se aleja también de la tradición soviética de negar la realidad que impera en Rusia y que todavía está presente en muchos sectores de Ucrania y admite que el país se enfrenta a una encrucijada más que delicada.
Según la directora del Centro de Reconocimiento Aéreo, Maria Berlinska, la plétora de empresas ucranianas no es capaz de suministrar de momento más de 10.000 drones mensuales, mientras que los rusos ya están generando entre 45.000 y 50.000. “Quiero equivocarme, pero si seguimos a este ritmo tendremos que sentarnos a la mesa de negociaciones dentro de un año”, manifestó Berlinska en julio al diario Pravda ucraniano.
El viceministro de Desarrollo Tecnológico no la desdice. “Tiene razón y eso sería muy doloroso. No sé quién tiene ahora ventaja en términos de número, pero estamos acelerando nuestro proceso y este año vamos a producir 10 ó 15 veces más drones que en el 2022. Estamos hablando de cientos de miles”, asegura Bornyakov.
El reputado think tank de defensa y seguridad británico, Instituto Real de Servicios Unidos, estimó en mayo que Ucrania está perdiendo una media de 10.000 drones por mes debido a la mejora en las medidas de interceptación electrónica y la defensa antiaérea desplegadas por los rusos.
La miriada de pequeños talleres ucranianos dedicados a su fabricación tienen que competir con las grandes factorías rusas. “Nosotros no podemos ese tipo de grandes emplazamientos porque serían el objetivo de los misiles rusos”, puntualiza Bornyakov.
Además, Kiev tiene que lidiar con el inconveniente de que la amplía mayoría de los componentes utilizados en el ensamblaje de drones proceden de China, un país que ha comenzado a restringir su comercio con Ucrania.
La creciente ventaja rusa en este sector, añadida la ralentización de la ofensiva ucraniana – que se rodeó de unas expectativas mediáticas que todavía no se han materializado -, provocó una reunión de urgencia el pasado 15 de agosto entre la cúpula militar del ejército de Kiev y los máximos responsables del ejército de EEUU y el Reino Unido.
La cita estuvo dedicada a “resetear la estrategia militar de Ucrania” – escribrió el diario The Guardian – y sirvió para el que el jefe de las fuerzas armadas ucranianas, el general Valerii Zaluzhnyi, pidiera una ayuda perentoria para reforzar la flota de drones. “Es un asunto extremadamente importante. Tenemos que centrar nuestro trabajo en esta dirección. Contrarrestar los drones enemigos y desarrollar capacidades propias”, comentó el propio Zalyzhnyi en las redes sociales tras la cita.
El gobierno que lidera Volodimir Zelenski intenta contrarrestar esta situación con audaces golpes en el territorio ruso y en la ocupada Península de Crimea como la oleada de UAV – participaron varias docenas – que lanzó este miércoles contra seis regiones del país enemigo.
La cadena británica BBC ha contabilizado hasta 190 ataques de este tipo en Rusia desde principios de año, mientras que la publicación rusa Readovka incrementa estas acciones hasta 319 en los últimos 18 meses, en los que “participaron 619 vehículos aéreos no tripulados”.
“Es hora de admitir que la guerra ha llegado a todos los hogares rusos”, escribía este medio afín al Kremlin.
Las acciones ucranianas han causado notables daños en aeropuertos, depósitos de combustible e instalaciones vinculadas a la logística militar rusa. “La diferencia (entre las operaciones rusas y las ucranianas) es que nosotros no aterrorizamos a la población civil. No creo, por ejemplo, que sea útil golpear su red eléctrica”, expone Bornyakov.
Las incursiones aéreas contra Moscú, por el contrario, han sido menos efectivas. Fuentes estadounidenses citadas por el diario The New York Times opinaron que este tipo de iniciativas están dirigidas a elevar la moral ucraniana en un instante en el que surgen las dudas sobre la viabilidad de la acometida en el este del país.
“Esos ataques sólo se han sentido en un sector muy determinado de Moscú. La zona financiera y el entorno del Kremlin. La amplia mayoría de la población moscovita no se siente en peligro”, considera Ilia Ponomarev, representante de grupos armados rusos como la Legión Rusa, sentado en una terraza de Kiev.
El amplio habitáculo que ocupa la Fundación Serhiy Pritula acoge una exhibición de material ruso confiscado por los uniformados de su país. “Es un regalo de las unidades a las que hemos ayudado”, proclama su portavoz, María Pysarenko. La colección incluye los restos de varios drones rusos, cascos, misiles y hasta el diario de un militar de la nación invasora que relata día a día su experiencia en el frente hasta que deja de hacerlo. En la página siguiente, un soldado ucraniano escribió: “parece que está muerto”.
En otra de las habitaciones se observan dos maletines con drones junto a cajas de sandías. “Son de Jersón (las más famosas del país) y se las regalamos a nuestros donantes”, apunta María.
La actividad de Prytula es un paradigma de la decisiva participación de la sociedad civil en el esfuerzo bélico ucraniano, no sólo ahora sino desde que Rusia apadrinó el inicio del conflicto en el este del país en 2014. El calamitoso estado de las fuerzas armadas nacionales en esas fechas -una herencia de la que todavía no se ha recuperado- fue suplido con la participación de miles de voluntarios que se unieron a los uniformados como combatientes y otros muchos que como ocurre con los drones se dedicaron a ensamblar todo un ejército de vehículos blindados retocados al más puro estilo Mad Max.
Cómico, presentador de radio y televisión durante más de dos décadas, y aspirante a la alcaldía de Kiev, Prytula participó en ese esfuerzo colectivo recaudando donaciones de todo tipo y trasladándolas al frente. “Sólo que en 2014 era él y otras dos personas, y ahora somos más de 100”, puntualiza Pysarenko.
En Kiev, los asaltos aéreos contra Rusia se han rodeado de una singular estrategia que consiste en no asumir oficialmente esos ataques, achacarlos a “drones desconocidos” y sonreír, como hace Prytula en su despacho, cuando se refieren a ellos. “No sé de qué me habla, aunque creo haber oído algo sobre eso”, refiere entre carcajadas.
Tan sólo ayer, Zelenski se atrevió a referirse al “éxito” de “nuestras armas de largo alcance. Hemos alcanzado un objetivo a 700 kilómetros“, escribió en las redes sociales aludiendo de forma indirecta al ataque del miércoles contra el aeropuerto de Pskov, situado precisamente a esa distancia.
Prytula lleva meses explicando en las redes sociales cómo ha conseguido adquirir un número indeterminado de aviones no tripulados con un radio de acción de cientos de kilómetros, capaces de alcanzar Moscú, que forman parte de un proyecto que llamó “Venganza”, sufragados con las donaciones de sus seguidores.
Los donativos que ha recibido desde febrero de 2022 asciendo a más de 128 millones de euros, una cantidad que incide en el empeño popular a la hora de asistir a su ejército.
El 30 de julio, el mismo día en el que el distrito financiero de la metrópoli rusa, sufrió uno de estos ataques, Prytula apareció en un vídeo junto a otro influencer local, posando ante un dron y bromeando sobre lo ocurrido. “No tengo ni idea de lo que ha llegado volando a Moscú pero le puedo asegurar que usted, que donó para el proyecto Venganza, no se verá involucrado. Habrá más, esto sólo ha sido un tiroteo”, se le escucha decir en la grabación.
La participación de Prytula en la procuración de estos drones de largo alcance no es algo inédito. Otro influencer local, Ihor Lachenkov, aceptó recabar fondos para otra aeronave no tripulada tras una petición expresa del servicio secreto ucraniano. Tres días después del ataque del 3 de mayo contra Moscú, Lachenko publicó una foto en la que se le veía junto al jefe de la inteligencia militar, Kyrylo Budanov, recibiendo un regalo de este último: un proyectil de artillería pintado en el que se veía un dron lanzando dos bombas contra el Kremlin.
“La ayuda del pueblo ucraniano al ejército ha sido básica desde 2014. Lo mismo pasa con los drones. Se trata de que sientan el mismo dolor que hemos sufrido durante meses. Que entiendan lo que es ver a nuestros hijos en los refugios. Que comprendan lo que es vivir sin electricidad, sin gas y sin internet”, concluye Prytula.