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Cómo Silicon Valley ayuda al ejército de EEUU – Expansión


El ejército de Estados Unidos se está abriendo a ‘start up’ de defensa y armas, dada la transformación que empieza a experimentar la guerra en la actualidad, gracias a la evolución de la tecnología.

Durante ocho años, ha deambulado por el mar de Bering (cerca de Alaska) una dócil flota de veleros de color naranja brillante sin tripulación que enviaba datos a la agencia de exploración oceánica de Estados Unidos.

Recopilando una base de datos sin parangón de mapas oceánicos, que más tarde pudiera ser analizada por programas de aprendizaje automático, estas embarcaciones autónomas -fabricadas por Saildrone, start up fundada en 2013 por el ingeniero británico Richard Jenkins- contribuyeron considerablemente a la investigación científica sobre el cambio climático.

Pero a medida que crecieron las tensiones geopolíticas entre Estados Unidos y China, Saildrone pescó un pez mucho mayor, un pez con una renovada sensación de urgencia y un presupuesto considerable: el Departamento de Defensa de Estados Unidos.

En 2021, esta empresa radicada en San Francisco era ya un proveedor clave de la marina estadounidense, a la que ayudaba a desarrollar una armada de sistemas de inteligencia artificial para llevar a cabo labores de vigilancia en aguas internacionales, incluido el océano Ártico, que rodea Rusia, y el mar de la China Meridional.

El capital riesgo de Silicon Valley se apresuró a respaldar esta pequeña empresa, invirtiendo en ella 100 millones de dólares en 2021 frente a los 90 millones que había recibido en total antes de eso. Poco después, la empresa empezó a desarrollar, para la marina de Estados Unidos, su Saildrone Surveyor, embarcación autónoma de 65 metros, diseñada para la información de océano profundo; por ejemplo, para fines de vigilancia y reconocimiento.

Se trata de un prototipo que podría resultar crucial para Estados Unidos, ahora que el país trata de hacer evolucionar a toda prisa su estrategia de defensa, para dejar de depender de material pesado -tanques, barcos y aviones- y pasar a inversiones más puntuales y rápidas en sistemas revolucionarios, como es el caso de la nueva tecnología basada en inteligencia artificial, con poder para transformar la guerra.

Este giro responde a tres factores: el rápido desarrollo de sistemas armamentísticos avanzados por parte de China, que invalidan las defensas estadounidenses; la guerra en Ucrania, que ha puesto en evidencia las ventajas de integrar la tecnología comercial en el ejército de un país, y los grandes avances experimentados por la inteligencia artificial.

Por todas estas razones, el Gobierno de Estados Unidos se ha convertido en un cliente mucho más motivado, mientras que la caída sufrida en Silicon Valley en términos de negocios y valoración de empresas ha llevado a las start up a dirigirse al sector de la defensa pública como opción estable y fiable.

Lockheed Martin es el mayor suministrador del ejército.

Fiebre del oro

Los aires de oportunidad han desatado una fiebre de oro entre los inversores de California, que están destinando miles de millones de dólares a start up de defensa y de tecnología armamentística.

No obstante, continúa siendo complicado conseguir que el Departamento de Defensa redistribuya su gigantesco presupuesto de 88.600 millones de dólares -centrado ahora en cinco proveedores principales, tales como Lockheed Martin y Boeing- entre los miles de empresarios que producen sistemas punteros.

Empresarios e inversores del sector tecnológico han acusado a los mandos militares de “hacer teatro” en lo que respecta a la innovación, es decir, de ensalzar de boquilla los beneficios de la tecnología, sin adjudicar, en la práctica, sus lucrativos contratos.

En 2015 se estableció la Unidad de Innovación en Defensa (DIU, por sus siglas en inglés) dentro del Departamento de Defensa para impulsar la tecnología comercial y ayudar a las empresas con la burocracia que implica el suministro al ejército. Su directora de compras, Cherissa Tamayori, afirma que Silicon Valley es “considerablemente importante” para la seguridad nacional.

Lentos comienzos

Hasta hace poco, las iniciativas del Pentágono destinadas a utilizar la máquina de innovación de Silicon Valley con fines de defensa nacional han sido muy tímidas.

Un reducido grupo de start up ha logrado alguna recompensa: seis de ellas -ShieldAI, Hawkeye 360, Anduril, Rebellion Defense, Palantir Technologies y Epirus- han sido valoradas en cantidades superiores al millar de millones de dólares. Sin embargo, sólo unas cuantas empresas aeroespaciales o espaciales proveedoras de material de defensa -como SpaceX, perteneciente a Elon Musk- han atraído inversiones colosales.

El Mando de Operaciones Especiales de EEUU ha adjudicado a Anduril un impresionante contrato público por valor de casi 1.000 millones de dólares destinado a tecnología que pueda detectar drones en el cielo y derribarlos. Sin embargo, sigue siendo poco habitual que el Gobierno de EEUU adjudique grandes contratos de esa envergadura, que son los necesarios para fabricar sistemas complejos. Por el contrario, han sido empresas de capital riesgo -como Andreessen Horowitz, Lux Capital y 8VC- las que han proporcionado gran parte del apoyo inicial, ante un lento y frustrante proceso de suministro público

El causante de esta frustración es el rígido marco de compra conocido como PPBE -iniciales de planificación, programación, presupuesto y ejecución en inglés- que se utiliza para asignar recursos en el ejército. Este marco fue instaurado en la década de 1960 para poner fin a los conflictos de intereses, pero la acumulación de niveles de burocracia que éste lleva consigo le ha granjeado fama de lento y dificultoso: se tarda alrededor de dos años para conseguir un contrato consistente.

Saildrone desarrolla sistemas de inteligencia artificial para realizar tareas de vigilancia.

Por otro lado, la velocidad también es importante por otra razón de peso. “Cuando consigues salir del laberinto han pasado dos años y la tecnología ha quedado obsoleta”, afirma Thomas Tull, inversor multimillonario y director del también multimillonario Fondo de Tecnología para la Innovación de Estados Unidos. “No se creó para el ritmo de la innovación”.

Las iniciativas del Departamento de Defensa, como la DIU o Afwerx (creado para ayudar a jóvenes empresas a vender a la Fuerza Aérea de EEUU) cuentan con presupuestos limitados. In-Q-Tel, que es la rama de capital riesgo de la CIA, fundada ya en el año 1999, ha realizado cientos de inversiones en start up, como Keyhole.

Aun así, sus fondos siguen siendo relativamente escasos: esta rama invierte entre 500.000 dólares y 3 millones de dólares, mientras que, por su parte, la DIU ha concedido alrededor de 5.000 millones de dólares en contratos a las empresas que respalda, es decir, una pequeña parte de los billones de dólares que se gastan en suministros de defensa.

Catalizadores del cambio

El despliegue de tecnología de doble uso -es decir, de defensa y comercial-, como es el caso de las imágenes satélite y los drones autónomos, ha sido para Estados Unidos uno de los mayores catalizadores para paliar el abismo que separa a Washington de California.

Cuando la empresa SpaceX de Musk abrió el servicio Starlink en Internet, a prueba de interferencias rusas, fue la primera vez que una empresa comercial facilitaba la espina dorsal de la capacidad militar de un país en tiempos de guerra.

Al mismo tiempo, en Estados Unidos aumentan las voces que piden aprovechar las brillantes mentes de Silicon Valley y los abultados bolsillos de sus inversores si se quiere llegar al nivel de la tecnología avanzada china.

Y no olvidemos la que ha sido, sin duda, la mayor fuerza transformadora: el rápido desarrollo de la inteligencia artificial, considerada ya la más importante invención para el futuro de la guerra desde que Estados Unidos desarrolló la bomba atómica en la década de 1940. La inteligencia artificial dejaría obsoleta la “cadena de aniquilación” existente en el ejército -es decir, el proceso por el que un combatiente identifica, rastrea y mata objetivos-, ya que la mencionada “aniquilación” podría llevarse a cabo a velocidades hipersónicas y sin intervención humana.

La ‘start up’ Palantir ha disparado su valoración gracias a su alta tecnología.

El uso masivo de misiles antibuques de largo recorrido podría hacer desaparecer, por ejemplo, los portaaviones, en los que Estados Unidos gasta decenas de miles de millones de dólares al año. La infraestructura del campo de batalla de los siglos XX y XXI aguantaría poco frente a enjambres de drones autónomos, submarinos de ataque sin tripulación y radares de apertura sintética, que pueden observar casi cualquier movimiento del planeta.

Start up estadounidenses, como BlackSky, Capella y PlanetLabs -empresas de detección remota que combinan la inteligencia artificial y la tecnología satélite para facilitar en tiempo real imágenes detalladas capturadas a vista de pájaro- han permitido a Ucrania identificar el emplazamiento exacto y el estado de convoyes rusos en movimiento. En la actualidad, el país ha formalizado contratos con la DIU.

Fin de los tiempos de paz

Las 100 principales start up de defensa financiadas con capital riesgo han recibido en total 42.000 millones de dólares de inversores en toda su vida. Por su parte, los ingresos totales procedentes de contratos con el Gobierno se sitúan entre los 2.000 millones y los 5.000 millones de dólares, según el Grupo de Defensa de Silicon Valley (SVDG, por sus siglas en inglés), organización no lucrativa dedicada a la colaboración entre la región y los políticos.

En un informe publicado en julio, el SVDG acusó al Departamento de Defensa de repartir “premios” a diestro y siniestro, pero no comprometerse de manera sostenida a incluir start up que produzcan sistemas vanguardistas en los principales de programas de compras de defensa. Esta crítica se hacía eco del sentimiento expresado por una serie de fundadores e inversores de Silicon Valley en una carta enviada al secretario de Defensa, Lloyd Austin, en la que se criticaba el “anticuado” proceso que seguía el Gobierno para comprar tecnología militar. En la carta -entre cuyos firmantes figuraban los presidentes de Anduril, Palantir y Lux Capital- se advertía también de que Estados Unidos estaba perdiendo rápidamente terreno en el “campo de batalla tecnológico”.

No sería correcto afirmar que Estados Unidos no hace nada. En virtud de la Ley de Autorización de Defensa, aprobada el año pasado, se estableció una comisión en el Congreso para examinar la forma de modernizar las compras militares. Asimismo, en 2023, el Congreso asignó 111 millones de dólares para la misión de la DIU, esto es, unos 45 millones más de lo solicitado por el Departamento de Defensa.

Con unos incentivos cada vez mayores, se han sentado ya las bases para la forja de lazos más estrechos entre el Pentágono y Silicon Valley. El desafío que tiene ante sí el Pentágono americano consiste en incrementar la fluidez digital en un momento de rápida innovación tecnológica e incentivar al capital privado para que ayude a construir una fuerza armada capaz de seguir el ritmo de los avances chinos.

BlackSky une inteligencia artificial y tecnología satélite para dar imágenes en tiempo real.

Dilema ético

Los obstáculos no proceden sólo del ejército de Estados Unidos. Algunas empresas de Silicon Valley, como Google, han eludido trabajar en defensa por la presión de su personal en relación con ciertas cuestiones éticas, como las que entraña el hecho de proporcionar drones capaces de identificar objetivos. Asimismo, la preocupación por la posibilidad de proyectar una imagen pública favorable a polémicos conflictos de Estados Unidos en el extranjero -y más aún en California, estado tradicionalmente opuesto a la guerra- ha disuadido a algunos grandes fondos de capital riesgo, si bien ciertos síntomas permiten adivinar que esta ansiedad empieza a desvanecerse a medida que va quedando clara la envergadura de los beneficios.

Para algunas personas del sector, como Blank -veterano del sector tecnológico y miembro fundador del llamado Centro del Nudo Gordiano de Stanford, dedicado a la formación de innovadores en seguridad nacional- está en juego demasiado como para permitir la complacencia del ejército, las start up tecnológicas o la sociedad de Estados Unidos en general. “En Estados Unidos aún operamos como si estuviéramos en tiempos de paz”, advierte. “En la actualidad, China nos marca el paso, y hemos dejado de ser iguales o casi iguales”.



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Ricardo Navarro

Navegando por la maraña de la información con la varita mágica de las palabras, soy Ricardo Navarro, un Alquimista de Contenido Web que transforma ideas en tesoros literarios. Mi paso por la IE University dotó mi pluma con la pócima del conocimiento. Como un mago de las letras, mis escritos van desde el telar de la economía mundial hasta las tierras inexploradas de la exploración, desde los circuitos de la tecnología y la innovación hasta las pasarelas de la moda y los senderos del turismo. Y cuando la tinta se apaga, me lanzo a la aventura de viajar, buscando nuevos ingredientes para mis creaciones. Cada palabra es una esencia destilada con autenticidad, tejida con el hilo de la transparencia. Únete a mí en este viaje literario donde las letras se funden como metales preciosos, creando un elixir de conocimiento y creatividad que nos guía hacia la exploración de los mundos literarios más inexplorados.

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